martes, 23 de junio de 2020

La leyenda del cerro Tzicuindio


Esta leyenda la contaba don Chema de la Cruz a sus hijos y nietos, quien transmitía de generaciones anteriores esta historia sobre ese cerro que, majestuoso y prominente, se alza al sur de Poturo, como un coloso que resguarda a nuestro pueblo.
Tal vez la memoria me falle un poco a la hora de escribir la leyenda, pero va más o menos así:

“Hace muchos años, cuando llegaron los primeros pobladores a estas tierras donde ahora está ubicado el poblado de Poturo, vieron que era un buen lugar para vivir, porque había un arroyo o un pequeño río que siempre llevaba agua, el arroyo Poturo o arroyo Grande. Allí se establecieron en las cercanías de ese arroyo, felices de tener agua limpia y abundante todo el año. En el tiempo de lluvias empezaron a trabajar la tierra para cultivar el maíz y la calabaza, y en tiempo de secas cultivaban jitomate y chile. También plantaron el cacao para hacer chocolate, allí en las orillas del arroyo Poturo plantaron los árboles de cacao, así como mameyes, anonas y piñas, entre otros árboles frutales.

Para ese tiempo el cerro Tzicuindio todavía no tenía nombre. Lo veían como algo que inspira admiración y respeto. Sin embargo, la vida tranquila que llevaban se vio perturbada cuando empezaron a avistar unas enormes serpientes aladas que emprendían el vuelo desde el cerro. Esas serpientes tenían especial predilección por salir cuando empezaba una tormenta, cuando se nublaba y empezaba a llover, entre los truenos y relámpagos, salían las serpientes emprendiendo el vuelo, y si la gente estaba en el campo cultivando el maíz, tenían que correr a buscar un refugio para guarecerse. Si alguno de ellos se descuidaba llegaba una de esas gigantescas culebras, lo tomaba con sus enormes garras y se lo llevaba para comérselo.

Ante estos espeluznantes sucesos la gente que en ese entonces habitaba en Poturo empezaron a reunirse para buscar la forma de acabar con esa amenaza que los tenía siempre en constante temor.
En la primera vez que se reunieron alguien propuso encontrar el nido donde tenían su guarida y matarlas cuando estuvieran dormidas. Se organizaron los hombres más valientes, subieron al cerro Tzicuindio y al estar buscando su nido se percataron que estaba en un peñasco inaccesible. Para ellos era imposible llegar hasta allí. Así que bajaron e informaron a la asamblea la situación.


Entonces hubo alguien que propuso hacer una especie de sacrificio, llevarles a un ser humano para que se alimentaran y mantenerlas apaciguadas. Así lo hicieron por un tiempo. Algunos de ellos tenían que ofrecerse para ser llevados y voluntariamente enfrentarse al terrible destino de ser devorados. De esa forma podían tener unos días más de calma porque después de comer a un hombre por un tiempo las serpientes se quedaban quietas mientras hacían la digestión. Pero vieron que esa no era una solución permanente.

Entonces, en otra reunión, se propuso enfrentárseles y atacarlas con cuchillos. Se aprobó esa propuesta y se pusieron a elaborar unos cuchillos especiales para dicha misión. Dejaron de llevarles sacrificios y esperaron a que salieran cuando tuvieran hambre.
Los hombres más valientes, los que ya se habían preparado para pelear, estuvieron al acecho, esperando a que salieran. Cuando por fin salieron, se enfrentaron a ellas con increíble osadía, sin embargo, no tuvieron éxito porque perecieron desgarrados por las filosas garras que tenían.


Ante este fracaso se reunieron otra vez para deliberar entre todos el problema, y a uno de ellos, un anciano de avanzada edad, se le ocurrió la idea de utilizar unos chiquihuites para evitar las filosas garras de las culebras. Les pareció buena la idea, y planearon cómo ejecutarla.

Hicieron el plan de que, en el siguiente enfrentamiento con los temibles reptiles alados, correrían a meterse a los chiquihuites con la intención de ser devorados dentro de ellos y así evitar ser desgarrados como la anterior vez.


Otra vez esperaron a que salieran, y cuando las serpientes se aproximaban volando para atrapar a sus presas, los hombres corrieron a meterse a los chiquihuites llevando consigo sus cuchillos. Las serpientes los devoraron con todo y chiquihuite. Ya estando en el vientre de las culebras, salieron de ellos y las apuñalaron desde dentro logrando matarlas de esa manera.

Grande fue el regocijo de los habitantes de Poturo, cuando por fin lograron acabar con la amenaza constante de esas serpientes que asolaban la región.

Con esos mismos cuchillos se pusieron a desollarlas para guardar sus pieles las cuales exhibían como un recuerdo de tan extraordinaria proeza, y fue por eso que le pusieron al cerro el nombre de Tzicuindio”


Esta es la leyenda del cerro del Tzicuindio. Para los que no saben qué es un chiquihuite, es un recipiente hecho con tiras de una especie de bambú que acá le decimos otate. Se pueden hacer grandes de tal manera que pueda caber una persona. Y como el otate es muy fuerte y resistente era la solución ideal del problema.

La investigación del significado de la palabra Tzicuindio la realizó el Doctor Ibrahim Santacruz Villaseñor quien entrevistó al Profesor purépecha Manuel Tzintzuni. 

El profesor Tzintzuni dio el siguiente significado de la palabra Tzicuindio: significa “desollar o quitar la piel con un cuchillo”, lo cual coincide con la leyenda de las serpientes del Tzicuindio.
La idea original de la leyenda es de Armando de la Cruz Lozano, quien escuchaba esta leyenda cuando su abuelo, Don Chema de la Cruz, se la contaba cuando era un niño.
He aquí el enlace del vídeo de la leyenda en Youtube:




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